A pocos meses de cumplir los 40, me doy cuenta que pertenezco a una generación que puede que tarde muchas décadas en volver a repetirse. Igualmente capaces de sobrevivir a los últimos coletazos del siglo XX, como de sumergirnos de lleno en las modernidades del nuevo siglo. Incluso a veces tengo la sensación de haber vivido dos vidas. Una en la que, como niño, tuve que respetar a los mayores y otra en la que, como adulto, tengo que respetar a los menores. Vidas en las que he visto derrumbar y construir muros a partes iguales o vidas en las que un curioso aparato como el teléfono ha sido capaz de conectar o desconectar personas indiscriminadamente.

Durante este viaje existencial he tenido la oportunidad de presenciar también la progresiva transformación de un deporte hacia un negocio, de cada vez más turbio, llamado fútbol.

Casualidad o no, pertenezco a esa generación que todavía conoció a un Real Mallorca asentado en las entrañas de la Segunda División pero que empezaba a asomar la nariz en Primera y al que se apodaba ‘equipo ascensor’, por la facilidad que tenía tanto para subir como para bajar de categoría. Quién nos iba a decir, a muchos de aquellos chavales que en el recreo nos veíamos obligados a elegir entre Barça o Madrid, que acabaríamos viviendo la mejor versión del Mallorca de todos los tiempos. Un club profesional y respetado que militó 16 temporadas seguidas en Primera División y que incluso llegó a codearse con los mejores equipos de Europa.

Creo que todavía no soy consciente que existen generaciones posteriores a la mía que han crecido con un ‘smartphone’ y que toda su infancia y adolescencia ha transcurrido con el Mallorca en Primera. Generaciones muy aventajadas que han tenido la suerte o desdicha de no vivir una vida de dos velocidades. Sólo si me pongo su piel puedo comprender la intolerancia a la frustración provocada por un descenso a Segunda.

Entiendo, aunque a veces me cueste aceptarlo, que vivimos en una sociedad que funciona a velocidad de crucero y que exige resultados inmediatos aunque ello suponga, en muchas ocasiones, perder de vista la realidad. Y la realidad es que la temporada 2013/2014, como publicaba hace poco @JoanSonite en su cuenta de Twitter, el Real Mallorca terminaba la primera vuelta con 30 puntos (la mejor puntuación desde el descenso). Quién los pillara hoy, ¿verdad?

El cabreo, la frustración y la rabia de entonces condenaron a un equipo al que se exigía subir batiendo el récord de puntos de la Historia de la Segunda División española. Incluso algunos decían que en diciembre estaríamos en Primera…

Hoy, 18 de enero de 2017, seguimos en Segunda y, tras finalizar la primera vuelta de la Liga con 23 puntos, todavía muchos dudan del objetivo de este equipo. Yo, mientras tanto, echaré el rato repasando el álbum de cromos de la temporada 1986/87.