Perder un avión genera una sensación horrible: impotencia, frustración, la certeza de que ya no hay vuelta atrás. Al Mallorca le ha ocurrido lo mismo en Son Moix. Han visto en primera fila cómo ha despegado el vuelo hacia Europa sin estar en la puerta de embarque. El 1-2 frente al Getafe no solo lo deja sin opciones matemáticas, también confirma la desconexión total entre equipo, afición y objetivos. En el día más importante de la temporada, los de Jagoba Arrasate han salido sin alma, sin reacción y sin competitividad. La grada, dividida entre la incredulidad y el sonido de la radio para ver que hacía el Rayo Vallecano y el Osasuna, ha comparecido ante un aterrizaje forzoso que ya se intuía desde hace semanas.
Los goles del Getafe fueron postales de una descomposición anunciada. Arambarri apareció solo en el segundo palo en el 56′ para abrir el marcador dejando a Son Moix petrificado, y pocos minutos después, Christantus Uche, colocó el segundo en la escuadra con la serenidad de quien sabe que el trabajo está hecho. Mientras los azulones celebraban su permanencia con sobriedad y eficacia, el Mallorca se deshacía en su propia apatía. El tanto de Larin en el 93′ fue anecdótico; su gesto mandando callar a la grada encendió más la llama del enfado que cualquier reacción del equipo. Europa se ha escapado, sí, pero lo que más ha dolido ha sido la forma en la que se ha dejado que se marchara, sin un solo jugador intentando retenerla.
En la grada ya no hay paciencia. El cántico de “estamos de vacaciones” retumbaba en Son Moix como un reproche contundente a un equipo sin alma. Maffeo y Larin han sido los más señalados, pero el malestar apunta más alto. Las decisiones técnicas desconciertan, los cambios no funcionan y el juego apenas se sostiene. La comunión con la grada pende de un hilo, y la sensación de temporada fallida (aunque el objetivo esté cumplido) ya es un hecho.
El billete a Europa estaba en nuestra mano, pero el Mallorca lo dejó escapar sin ni siquiera subirse al tren. Lo más preocupante no fue la derrota, sino la sensación de haber desconectado antes de tiempo, como si la temporada hubiese tras certificar la permanencia. Ahora solo queda una jornada de trámite y un verano lleno de incógnitas. Porque el mallorquinismo siempre quiere más, y el precio de ello, de soñar más alto, es este: sufrir hasta el último segundo, incluso cuando ya no queda nada por ganar.
