Vivimos en una sociedad en la cuál la competitividad es uno de los valores más cotizados, sino el que más. Decimos que el esforzarnos por alcanzar las propias metas, a pesar de los obstáculos que nos encontremos en el camino, es una virtud imprescindible y necesaria para sentirse fuerte y realizado interiormente. Dicen que lo que más cuesta no es llegar, sino mantenerse arriba.
El Real Mallorca de Vicente Moreno ha dejado patente que es un equipo competitivo y de mentalidad ganadora. En su momento más álgido en cunto a calidad y a resultados, el equipo balear parece haber encontrado un atajo paradisíaco para llegar a la cima en este bosque oscuro de enredaderas que es la categoría de bronce del fútbol español. Acostumbrados a ganar. Parece que nada puede torcerse.
Agarrarse esa creencia y, simplemente, seguir sin más creyendo que sólo existe un camino al éxito puede acabar siendo fatal ya que al final, si haces siempre lo mismo, acabará habiendo alguien que, de un modo u otro, te frene. Asentar confianza en jugadores menos habituales, hacer creer en la unión de la plantilla y conseguir jugar, o al menos competir, como si en cada jornada se volviera a empezar sin aún haber conseguido nada. No son tareas fáciles para un equipo de implacable semblante. Pero Vicente Moreno parece haber puesto también los primeros ladrillos en ese aspecto.
La zona de confort, es el conjunto de límites que nos impiden avanzar. Se asienta en situaciones de comodidad por hábito o por conformidad. Cuando superamos estos límites, ampliamos nuestra perspectiva, y logramos alcanzar nuevos horizontes. El Mallorca ni debe acomodarse ni tiene pinta de que lo hará. Debe seguir avanzando sin creer que se harán cosas grandes por las cosas grandes ya realizadas. Salir de la zona de confort es necesario. Cosas grandes aguardan al proyecto de Robert Sarver si, a parte de liderar, consigue aprender a liderar.