La unión hace la fuerza. Así dice el refrán. Contando con la colaboración y solidaridad de muchas personas, ya sean más fuertes o de apariencia débiles, se puede alcanzar el éxito, vencer a cualquier oponente o salir airoso de una situación difícil.
El pasado mes de junio, el Real Mallorca se hundía en el drama del descenso a la Segunda División B. Todo era tristeza, rabia e impotencia en los más allegados al club balear, que por fortuna y a diferencia de otros, se cuentan por miles. Nadie podía esperar que sólo tres meses después, la situación del equipo y de la institución fuera la actual. De ahí el refrán anterior. La unión ha ganado.
Los primeros pasos tomados tras digerir el descenso fueron los correctos y necesarios y si no es así, lo están disimulando que da gusto. Vicente Moreno fue el primer nombre que salió a la luz para dirigir un navío que un día toco el cielo. Un tipo normal y con una idea, a parte de un currículum envidiable y más que suficiente para llevar el timón. La gestión de entradas y salidas fue limpia, beneficiosa y formidable. Antes de entrar, dejaron salir.
El lavado de cara al equipo empezó. Líderes, jugadores experimentados y gente de la casa. Manolo Reina, Xisco Campos, Pedraza y Abdón. Un líder por línea. Mantener a Lago Junior y a Antonio Raíllo ha sido también un punto clave para la confianza de toda la plantilla. Parera, Sastre, Dami, Reyna o Cedric, los representantes de abajo. El equipo parece entenderse. Pese a que haya jugadores con mucho peso en el vestuario, la sensación de piña y de igualdad parece dominar los subconscientes de los integrantes del mismo.
El club, esta vez sí, ha realizado los esfuerzos pertinentes para formar un gran grupo de trabajo, que al fin y al cabo es lo que es un equipo de fútbol. Y claro, la afición ha respondido. Y de qué manera. A día de hoy, los socios del club rondan los 8.000. Una cifra escalofriante que deja en el podio más alto a una afición, a un grupo de personas que están en las buenas y en las malas. Y así, todo parece más fácil.