Manuel Preciado Rebolledo (El Astillero, Cantabria, 1957) fue un ejemplo vital. La recurrente salida del sol fue muchas veces la única certeza en una vida cruelmente zarandeada. La enfermedad de sus familiares marcaron la marcha de un estudiante frustrado de Medicina al que el fútbol rescató. Formado en las bases del Racing de Santander, a tan solo veinte minutos de su casa, fue ascendiendo hasta debutar en Primera división: corría el año 1978 y el Helmántico presenció las primeras patadas de un lateral izquierdo de carácter indomable. No volvería a la máxima categoría, pues él pertenecía al barro.
Tras dos años en Linares, Miquel Contestí se adelantaría para firmarlo. Después de jugar un partido en A Coruña, y camino de vuelta al sur, pidió permiso para quedarse en la capital, justificando una revisión médica. Sin embargo, se subió en un avión directo a su firma con el Mallorca. Juan Carlos Verón avaló su fichaje, que se hizo a la espalda del Linares y despertó crispación en el club andaluz. Tanto secretismo no hizo justicia a su papel como bermellón: disputó 13 partidos y el equipo finalizó séptimo en Segunda división (84/85), pese a tener la clara consigna de recuperar la categoría perdida el curso anterior. Tras Vitoria y Ourense, volvería a Cantabria, para ahogar sus botas en la Gimnástica Torrelavega.

En la misma Torrelavega comenzó su andadura como entrenador, gracias a la cual se ganó el respeto de todo el fútbol español y el título de maestro del ascenso. Sus dos primeros cursos fueron subidos al ascensor: ascendió a la Gimnástica (95/96) y al filial del Racing (97/98) a Segunda división B. Incluso en el inicio de siglo, de nuevo en el Racing «B», enmendó su vuelta a Tercera con un rápido ascenso y le ganó su primera gran oportunidad profesional: se sentaría en El Sardinero para lograr la permanencia en la máxima categoría (02/03). No satisfecho en una categoría que imposibilita el ascenso, se vuelve a rebajar a la categoría de plata para dirigir al Levante, con el que conseguiría su primera gran obra de orfebrería, encumbrando a los granotas a Primera. Sus primeros éxitos deportivos se vieron apeados por la desgracia: su mujer, Puri, fallecería en 2002 a causa de un cáncer de piel y a Raúl, un de sus dos hijos, se lo llevaría un accidente subido a una moto.
Años sorprendentemente apáticos en la vida de un hombre que tuvo que acostumbrarse a recibir golpes inesquivables y levantarse a marchas forzadas: «la vida me ha golpeado fuerte. Podía haberme hecho vulnerable y acabar pegándome un tiro o mirar al cielo y crecer. Elegí la segunda opción». Entonces apareció Gijón, su refugio y piedra de toque. Llegó a un Molinón deshauciado en las arenas movedizas de la Segunda división e hizo lo que mejor sabía hacer: miró al cielo, creció y devolvió a los guajes a la máxima categoría. Cinco temporadas después, su despido entre rios de lágrimas concidió con la muerte de su padre, agrandando su trágedia.

El último golpe se lo llevaría él y nos rebotó a todos. La noche del 6 de junio de 2012, horas después de ser anunciado como nuevo entrenador del Villareal, Manolo sufrió un infarto del que no se recuperó. El fútbol español se paralizó para llorar su pérdida y honrar su legado, el de un tipo humilde, campechano y temperamental que se ganó un hueco en la historia tanto por su fútbol como por su persona. José Mourinho, con quién tuvo numerosos encontronazos, sintetizó de manera bellísima su figura: «él tenía todo aquello que me gusta de las personas y los deportistas: carácter, transpariencia y valor para luchar contra los golpes«. El sol volvió a salir en El Astillero, pero nunca con el mismo brillo.
“Sa Llotja” pretende, a modo de museo y a través de fotografías, personajes, partidos históricos, portadas de periódicos… exponer la historia del Real Club Deportivo Mallorca. Cada jueves, una nueva entrega: