De raices napolitanas y cuna porteña nació (Don) Alfredo Stéfano Di Stéfano Lauhlé (Buenos Aires, 1926), el mejor futbolista del siglo pasado por consenso mundial y natural. Creció en el barrio de Barracas, a escaso minutos del Atlántico bonaerense, y comenzó a patear balones en Club Social y Deportivo Unión Progresista, de la mano de su hermano Tulio. Pronto recibiría un telegrama de River Plate, citándole a entrenar e, inevitablemente, firmar por ellos. Despuntó desde joven y su atípica calidad le valió un puesto en Millonarios, por aquel entonces hegemónico en Colombia y toda Sudamérica. Paradójicamente, el ballet azul, apodo que recibieron por su fino y estiloso juego, apeó al Real Madrid de su propio torneo-aniversario (50 años, en 1952) con un sobrio 2-4. Aquel estadio en el que bailaron cumbia toda la noche acabaría siendo su casa y lecho. Tras 5 Copas de Europa, 308 goles, 14 años como Presidente honorífico y 88 como leyenda, murió en Madrid tras una parada cardiorrespiratoria el 7 de julio de 2014.

Tras dos intentos fallidos de ascender a Segunda división, Jaume Roselló, temperamental y decidido, se desprendió de todos sus jugadores a excepción de Joan Forteza y Magín, ambos mallorquines. Así emprendió su verano de 1958: montó su base de operaciones en la capital, utilizó sus buenos lazos con Santiago Bernabeu y accedió a Alfredo, con quién estableció una buena relación. Aprovechando sus vacaciones en la isla, La Saeta Rubia se convirtió en asesor, intermediario y diseñador de un Mallorca que, a la postre, lograría el ansiado ascenso. Tras convencer al Toto Lorenzo, conocido de Buenos Aires y buen amigo de Madrid (coincidieron en el curso de entrenadores de 1954), de que un equipo con dos jugadores en nómina era un buen destino para comenzar su carrera como entrenador-jugador, atrajo hasta la isla a Alberto José Oliva, Álvarez y José Manuel Martínez, entre otros.

Un año después de su intercesión, Di Stéfano repitió vacaciones en el Hotel Majorica, presidente del Puerto de Palma y propiedad de, por aquel entonces, un directivo mallorquinista. Una calurosa noche de verano, Jaume Roselló inaguraba una de sus grandes reformas modernizadoras, con la mente puesta en el inmediato ascenso a la máxima categoría: dotó al Sitjar de una iluminación de primer nivel, haciéndole un hueco entre los mejores feudos de España. ¿Cómo? Roselló, sagaz e inteligente, emitió 1300 obligaciones de 10.000-20.000 pesetas a cambio de localidad fija por 20 años, consiguiendo lo suficiente para costear los focos. Para conmemorarlo, el Mallorca recibió al Newcastle el 14 de julio de 1959 (1-1). Además, el Toto y el dueño del Majorica, quien no le cobraba nada por su estancia, movieron hilos para que Alfredo se enfundase la zamarra bermellona.
«¡Che pibe, pasame la pelota!», espetaba Di Stéfano a Bolao durante el partido pese a encontrarse en la otra punta del campo (el bilbaíno era defensa y el argentino, delantero)
«Cuando nos dijeron que jugaría el partido nos pusimos muy contentos. Imagínate, ibamos a jugar con un mito», recuerda Joan Forteza a Diario de Mallorca. Jaime Turró, segundo del Toto, alineó a: Zamora; Arqué, Bolao, Guillamón; Forteza, Diego; Oviedo, Martínez, Di Stéfano, Toto Lorenzo y Rodríguez II. El argentino, durante unos minutos, se convirtió en La Saeta Bermellona y dejó impronta de su sublime fútbol en el Sitjar, que disfruto de que el mejor futbolista del mundo llevase su escudo en el pecho. Volvió a dejar semilla de fortuna y, un año después, se estaría enfrentando en Primera división a sus compañeros de farra veraniega.
“Sa Llotja” pretende, a modo de museo y a través de fotografías, personajes, partidos históricos, portadas de periódicos… exponer la historia del Real Club Deportivo Mallorca. Cada jueves, una nueva entrega: